Nota a 06/08/19: editamos este post para realizar una aclaración. Como podéis leer en otra de nuestras entradas, estamos haciendo todo un ejercicio familiar de replanteamiento moral con respecto al uso de los animales para fines, sobre todo, turísticos. Como todo proceso de deconstrucción no es sencillo evitar caer en contradicciones pero sí tenemos claro que, hoy en día, no realizaríamos la actividad de montar en dromedario para cruzar el desierto. Podríamos haber llegado al mismo punto en coche o incluso andando. Tampoco creemos que hayamos causado un daño irreparable pero sí consideramos que participando en este tipo de actividades somos o hemos sido parte del problema que consideramos que existe.
Si bien es cierto que el destino y motivo central de esta excursión de dos días y una noche desde Marrakech es llegar al desierto de Zagora a lomos de un dromedario y hacer noche en una jaima arropados por las dunas del Sahara, esta escapada es mucho más y, en nuestra opinión, bastante dura.
Teníamos muchas ganas de hacer noche en el desierto y fue una experiencia inolvidable y fantástica; la cara de Alma montada en el dromedario es impagable. Pero, aunque no nos arrepentimos de haber hecho esta excursión y, teniendo en cuenta que fue, sin duda, el momento estrella de nuestro viaje, sabiendo lo que sabemos hoy acerca de las horas de viaje y las circunstancias del trayecto, quizá no la hubiéramos hecho.
Contratamos la excursión porque nos dijeron que eran tres horas y media de furgoneta y una hora y media en dromedario hasta la haima. Preguntamos si la experiencia era adecuada para la peque de cuatro años y nos dijeron que sí, que ningún problema.
Pero, una vez en el ajo, nos encontramos con casi ocho horas de furgoneta de ida y ocho de vuelta con distintas paradas “turísticas” por unas carreteras de montaña agotadoras. Muchas horas en carretera para una niña a quien no le gusta demasiado ir en coche y un adulto que se marea como si fuera a morirse en la primera curva. Cruzar el Atlas para alguien que se marea es una experiencia horrible: las curvas, las restricciones de aire acondicionado en los tramos de subida durante horas con 40 grados de calor y la forma de conducir de los marroquíes a quienes no les asusta un barranco, tumbarían al más pintado.
Sin embargo, hay mucho que destacar de esta excursión.
Visita a la Kasbah Ait Ben Haddou de Ouarzazate
Nuestra primera parada fue a medio camino entre Marrakech y Zagora. Paramos a las afueras de Ouarzazate para visitar la Kasbah vieja (Ait Ben Haddou) y para comer.
A pesar de que llegué encontrándome horriblemente mareada y que me dejé en la furgoneta las gafas de sol y el sombrero en un lugar a más de 40 grados y sin una sombra en kilómetros a la redonda, ésta es una visita que merece la pena.
Os explicamos un poco más sobre esta visita en esta entrada.
Desierto de Zagora (Sáhara)
Tras otro trayecto de casi tres horas y dejando atrás el impresionante palmeral del Valle del Draâ, por fin, llegamos a Zagora. Justo al margen de la ciudad se extiende el desierto del Sahara.
Al lado mismo de la carretera nos estaban esperando nuestros guías con los dromedarios. La verdad es que impresiona bastante estar delante de un dromedario, y eso que cuando llegamos estaban tendidos sobre las patas en el suelo. Pero todavía impresiona más cuando subes a su lomo y el animal se eleva, ¡qué vértigo!
Para ser sinceros, no las tenía todas conmigo con respecto a Alma. Temía que le diera miedo el animal o que se asustara al ponerse éste de pie. Pero la experiencia no pudo ser más positiva. Estaba tan emocionada que no paró de hablar y reír durante toda la hora y media que duró el paseo entre las dunas hasta el campamento de haimas.
Todo el mundo bajó del dromedario quejándose del dolor en los glúteos y las piernas. Yo bajé fresca como una lechuga y pensé que me había librado de las molestias pero amanecí con unos moretones terribles en las ingles y un dolor tremendo en toda la entrepierna. Tomás también estaba dolorido. Por suerte, Alma salió indemne porque, si no, no sé cómo habríamos hecho para hacerla subir en el dromedario otra vez. Yo me planteé seriamente hacer el trayecto a pie, aunque me pudo la vergüenza de rendirme.
Pero vamos a la noche que pasamos en el desierto. ¿Qué probabilidad hay de que llueva en uno de los desiertos más secos del mundo que recoge una mediana de 20 litros por metro cuadrado al año? Pues nosotros rompimos con todas las estadísticas. Nuestra idea era pasar una noche en el desierto empachándonos de estrellas y nos llovió torrencialmente desde que empezó a anochecer hasta que amaneció. Cosas que pasan.
Eso sí, a pesar de no haber podido disfrutar de la noche estrellada en medio de la nada que es el desierto, la experiencia vivida fue maravillosa e inolvidable. La gente con la que compartimos la noche, las amistades fugaces pero sinceras, los muchachos que se encargaban del campamento, la cena exquisita, los tambores y bailes bereberes sobre la fina arena del Sahara, las atenciones a Alma que para siempre será en la memoria de muchos la pequeña “Cús-Cús”, el sorprendente confort de la austera jaima y, por qué no, el sonido de la lluvia torrencial sobre la lona mientras duermes sin el amparo de una pared y un techo de ladrillo, son momentos que no olvidaremos nunca y que hicieron que mereciera la pena el palizón de ida y vuelta a Marrakech.
Al amanecer nos despertaron para desayunar un té y galletas y ponernos en marcha otra vez sobre los dromedarios para ir al encuentro de la furgoneta que tenía que llevarnos de vuelta a Marrakech.
El sueño del desierto había terminado y nos dejó un gran sabor de boca.
Nuestro consejo
Antes de llegar al encuentro con los dromedarios, nuestro conductor hizo una última parada en la ciudad de Zagora para comprar agua. El problema fue que muchos entendimos que era para comprar agua para el trayecto de hora y media en dromedario hasta la haima y se refería a comprar agua para toda la noche y la mañana siguiente. Así que muchos nos vimos en un brete cuando cayó la noche y nos enteramos de que no había posibilidad de comprar agua hasta el día siguiente. Por suerte, uno de los chicos encargados del campamento se ofreció a ir a buscar unas cuantas botellas de agua (no sabemos dónde); nos salieron caras pero nos salvaron la vida, literalmente. Si vais a hacer noche en el desierto pensad que no hay nada a kilómetros a la redonda, así que, haced acopio de agua y exagerad en el cálculo (sobre todo si vais con niños) porque yo no he bebido tanta agua en toda mi vida.
Visita a la Kasbah de Taourirt de Ouarzazate
En nuestro viaje de vuelta paramos de nuevo en Ouarzazate pero esta vez en la ciudad misma. Nos llevaron de visita por la Kasbah de Taourirt, aunque más hubiera valido que nos dejaran echar una siesta bajo una palmera porque en general estábamos todos bastante castigados del viaje en la furgoneta. Lo peor fue que Tomás estaba tan hecho polvo que Alma y yo estuvimos más pendientes de que no le diera un tabardillo que de la visita a la Kasbah.
Tras el recorrido por las calles de la Kasbah (más moderna y “urbanizada” que la de Ait Ben Addou) nos llevaron a comer a un restaurante cercano donde lo de menos fue la comida y lo de más el ratito de descanso al aire libre que tanto necesitábamos.
Y, después de comer, de vuelta a la furgoneta, a los calores, a las curvas de montaña, a los mareos y al mal rato que parecía no terminar nunca. Encima, cuando nos faltaba poco más de media hora para llegar a Marrakech, nos encontramos con la carretera cortada por un desprendimiento debido a la lluvia que seguía cayendo de forma intermitente y tuvimos que esperar casi una hora para poder reanudar la marcha. Llegar, por fin, de vuelta al riad y darnos una ducha fue otra de las experiencias maravillosas que vivimos en este viaje.
Resumiendo, os diremos que nos alegramos de habernos escapado al desierto y disfrutar de todo lo maravilloso que tiene para ofrecer pero, sinceramente, lo sufrimos mucho y no sé si merece la pena, especialmente si vais con niños muy pequeños (de menos de seis años). Si son muy pequeños, seguramente, en un mes ya no se acuerden de lo vivido y el mal rato puede resultar del todo innecesario. En vuestras manos queda la decisión pero aconsejamos sopesar los pros y los contras y tener más en cuenta que nunca la personalidad y la adaptabilidad de vuestros pequeños.